domingo, 21 de septiembre de 2008

EL PERSONAJE

Ella ya se había levantado, aún el sol no hacía amanecer. Ella no sentía el frío y yo la veía a través del vidrio que separaba nuestro cuarto de la azotea que daba frente al lago. Ella no solo lo contemplaba sino que reflexionaba y se conectaba por así decirlo con el universo mismo. El lago era para ella como un ojo en el cual se reflejaba la magia, la música con la cual habla el espíritu. Mi mirada se encontró con el cuadro que Mariana había terminado en la madrugada; ella apenas empezaba a dormir. Observaba los colores y oía la misma música que Angela.

Salimos a caminar un rato, no hablábamos. El sol empezaba a aparecer y esas pocas luces bastaban para espantar el frío. Con Ángela habíamos adquirido (no puedo distinguir el instante) el hábito de no hablar pero de entendernos. Tal vez sea la música la que nos guía. ¿La pueden oír? Es una voz superior que te dice como danzar.

Esa mañana hizo sol y Angela se dedico por entero a sus plantas. Yo a través de la ventana donde me encontraba la observaba, que puedo hacer, es mi gran debilidad… observar, observar y observar a mis dos mujeres. Mariana tenía menos de 15 años y solía adentrarse en la montaña. Volvía en las noches y miraba un lienzo en blanco, de repente un día sabía lo que iba a pintar y no descansaba hasta que el cuadro estaba terminado. Ninguno de los dos se atrevía a interrumpirla, era como un río que no se detendría hasta el mar donde se fundiría con él. De un momento a otro se detiene y se acuesta. Duerme durante casi dos días y luego ayuda a su madre con las plantas. Tenía una voz suave y delicada que atraía, sin embargo ante la agresión y lo que consideraba injusto se endurecía.

Angela tomo la caléndula y el diente de león, las ató y las guardo en una caja con una nota, las puso sobre la mesa. “Cuando salgas le entregas a la señora Rubio”. Angela, más que cubrir el espacio entendía el tiempo. No era una aprehensión racional, simplemente lo sabía, su lenguaje era extenso pero poco comunicativo, fuimos pocos los que logramos entender sus palabras y lo hicimos cuando la oímos por encima de la significación misma, una palabra se transformaba y solo tenía sentido en el tiempo, para ella el lenguaje era como una semilla que solo con el riego, el agua y las variaciones climáticas logra tener sentido. Una palabra podía tener su significado tiempo antes. A pesar de mi mala memoria y de mis intentos por hallar un sistema que me permitiera develar los misterios logre entenderla, cuando supere los significados precisos y exactos que definían mi limitado mundo.

Conduje por un camino destapado y enmarcado en árboles históricos hasta el mercado de don Miguel donde la señora Rubio compraba sus enseres. La llamé y sorprendida se acerco, le entregue el paquete; como ella, muchos en la vereda aceptaban las plantas y piedras que Angela les enviaba las cuales usaban según las instrucciones que las acompañan. Días más tardes llegaría la señora Rubio con un canasto de naranjas hasta donde Angela pues sabía que eran sus preferidas. Seguí mi camino por este frondoso camino. Al descender de la montaña y ya en la carretera principal conduje a media velocidad, dándole tiempo a mi cuerpo de adquirir la forma adecuada, en el mundo existen fronteras que se deben respetar so pena de sufrir.
Ya en la universidad dicte clase. Permanezco un momento en silencio, no pienso que decir sino que ser, la lógica en que se desenvuelven las palabras está ligada a una intención arraigada en las entrañas que me conectan con el universo: oigo la música. Al llegar al apartamento donde duermo siento el frío de la noche y el calor de Angela que me acompaña, que no me abandona. Me siento y escribo, escribo sobre mí, sobre este personaje que vengo creando desde hace no más de diez años y que no va para ningún lado, que sigue anclado en la curiosidad del juego. Al día siguiente almuerzo con mi madre, saca un cigarrillo y me cuenta los últimos sucesos de personas que hace tiempo no veo; ocasionalmente le pregunto algo prefiero dejarla que se ella quien me cuente las historias y sucesos que han ocurrido la última semana. Su narración esta enriquecida por los tonos y juicios, más que personajes me interesa su énfasis en el pesar y sufrimiento, historias de sucesos imposibles. Me despido, mi padre está dormido así que solo lo abrazo y me voy. Esa noche hago un registro de lo que me ha contado y descanso sin dormir, contemplando la noche de la ciudad, húmeda por la lluvia y pienso en Angela, Mariana y nuestro territorio, sinónimos todas ellas de mi existencia en el lenguaje que he aprendido.

Después de tres días de clase voy camino de regreso, me despido de mi madre quien con el mismo énfasis de hace cinco años me dice: “tenemos que sacar un tiempo para ir”, ya no la despreocupo, tal vez sea imposible. Avanzo en la carretera, el viento que se cuela me recuerda algo de la excitación nocturna pero a medida que me acerco se desvanece hasta que finalmente esta se agota. Poco a poco voy alejándome de este personaje y vuelvo a la lentitud de mi eternidad.

Ya mis células se abren dejando un espacio entre ellas permitiéndole entrar a las que me esperan. Por un momento no se si voy lo suficientemente lento o lo suficientemente rápido – los opuestos en algún instante siempre son perceptivamente iguales – y siento como si de mi espalda saliera una espina que me libera.

“No entiendo que es lo que aún te apega a la ciudad” me dice Angela mientras me besa, “la ficción” le respondo “es el espacio donde mi imaginación se materializa, es donde creó este personaje y lo pongo andar, es un juego, un algoritmo, es mi vida artificial”. Tomo un aspersor y le ayudo a arreglar las plantas. Mariana se cuelga por detrás y me dice papi. Caemos al piso, la hierba me aprueba y me termino de desvanecer
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